El hijo de la novia
Una de las mejores películas de cine argentino que he visto una y otra vez y no me he cansado.
Tantas cosas podría comentar de este film...
Os resumo el argumento:
Rafael Belvedere (Ricardo Darín) no está conforme con la vida que lleva. No puede conectarse con sus cosas, con su gente, nunca tiene tiempo. No tiene ideales, vive metido hasta el tope en el restaurante fundado por su padre (Héctor Alterio); carga con un divorcio, no se ha tomado el tiempo suficiente para ver crecer a su hija Vicky (Gimena Nóbile), no tiene amigos y prefiere eludir un mayor compromiso con su novia (Natalia Verbeke). Además, hace más de un año que no visita a su madre (Norma Aleandro) que sufre de Mal de Alzehimer y está internada en un geriátrico. Rafael sólo quiere que lo dejen en paz. Pero una serie de acontecimientos inesperados obligará a Rafael a replantearse su situación. Y en el camino, le ofrecerá apoyo a su padre para cumplir el viejo sueño de su madre: casarse por Iglesia.
Las películas son como las casas, que o se empiezan por los cimientos o el resultado no es más que una aparatosa fachada que se derrumba en cuanto nos da por mirar detrás. En las buenas películas, detrás de la pantalla, al igual que en las casas, hay una labor silenciosa, aplicada y paciente que se traduce en esas dos horas de gloria en imágenes que luego vemos. Es ese trabajo de cimentación el que da forma a las películas que perduran en la memoria y el corazón.
El armazón es el guión, y sin él, por muy buenas intenciones que tengan los actores, el director o el resto del equipo técnico, la cosa se viene abajo. Por eso resulta un gozo el poder contemplar películas como "El hijo de la novia", que condensan las enseñanzas de lo mejor de la tradición cómica que ha dado el cine. Ante un cada vez más descreído espectador se presenta un argumento atractivo, original, bien llevado y trabado con energía; unos diálogos brillantes que aúnan un descacharrante ingenio con una emotiva pero nunca empalagosa sensibilidad y una envidiable construcción de personajes, de tipos reales, de la clase que uno se encariña de sus defectos. Y entonces el espectador abandona su atonía y vuelve a creer en el cine bien hecho.
Qué difícil resulta realizar una comedia que no caiga en la ramplonería, que evite el mal gusto, que finte la chabacanería con dosis de dulce ironía e irónica dulzura. Sus guionistas, Juan José Campanella y Fernando Castets, lo han conseguido, pero no hay que olvidar que "El hijo de la novia", dirigida con enorme estilo y habilidad por Campanella, resulta una obra redonda gracias en gran parte a rodearse de un equipo genial que se une como una piña y da a luz pequeñas maravillas como ésta o como su anterior trabajo (la injustamente nunca exhibida en España "El mismo amor, la misma lluvia").
La evolución del protagonista, su sosegamiento paulatino que le permite disfrutar de lo que el frenesí diario antes le arrebataba, se convierte en la vía por la que avanza imparable un tren lleno de sonrisas cómplices donde nos vemos reflejados en más de una situación, de inevitables nudos en la garganta o de carcajadas francas. Lo mejor de todo ese proceso es que uno no se siente manipulado por los autores sino arropado por ellos, llevado de la mano a través de una película de ésas de las que ya no se hacen, de las que aplican el canon que hizo grande a la comedia y que tiene el poder de hacernos pasar de la carcajada al llanto en apenas minutos y de disfrutar de ambas emociones de igual manera.
No podía acabar esta crónica sin resaltar a todos y cada uno de los intérpretes que dan lo mejor de sí mismos. Desde los veteranos como Héctor Alterio o Norma Aleandro, demostrando lo grandes que siguen siendo, a los que empiezan a ser conocidos y reconocidos entre nosotros, como Ricardo Darín, Eduardo Blanco o Natalia Verbeke, que bordan sus respectivos papeles. Entre todos hay una complicidad y una hilazón que parece ir mas allá de lo meramente profesional y que contagia al publico. No hay duda, "El hijo de la novia" es la mejor exportación de Argentina que llega a España.
ALEX MELGARES
Tantas cosas podría comentar de este film...
Os resumo el argumento:
Rafael Belvedere (Ricardo Darín) no está conforme con la vida que lleva. No puede conectarse con sus cosas, con su gente, nunca tiene tiempo. No tiene ideales, vive metido hasta el tope en el restaurante fundado por su padre (Héctor Alterio); carga con un divorcio, no se ha tomado el tiempo suficiente para ver crecer a su hija Vicky (Gimena Nóbile), no tiene amigos y prefiere eludir un mayor compromiso con su novia (Natalia Verbeke). Además, hace más de un año que no visita a su madre (Norma Aleandro) que sufre de Mal de Alzehimer y está internada en un geriátrico. Rafael sólo quiere que lo dejen en paz. Pero una serie de acontecimientos inesperados obligará a Rafael a replantearse su situación. Y en el camino, le ofrecerá apoyo a su padre para cumplir el viejo sueño de su madre: casarse por Iglesia.
Las películas son como las casas, que o se empiezan por los cimientos o el resultado no es más que una aparatosa fachada que se derrumba en cuanto nos da por mirar detrás. En las buenas películas, detrás de la pantalla, al igual que en las casas, hay una labor silenciosa, aplicada y paciente que se traduce en esas dos horas de gloria en imágenes que luego vemos. Es ese trabajo de cimentación el que da forma a las películas que perduran en la memoria y el corazón.
El armazón es el guión, y sin él, por muy buenas intenciones que tengan los actores, el director o el resto del equipo técnico, la cosa se viene abajo. Por eso resulta un gozo el poder contemplar películas como "El hijo de la novia", que condensan las enseñanzas de lo mejor de la tradición cómica que ha dado el cine. Ante un cada vez más descreído espectador se presenta un argumento atractivo, original, bien llevado y trabado con energía; unos diálogos brillantes que aúnan un descacharrante ingenio con una emotiva pero nunca empalagosa sensibilidad y una envidiable construcción de personajes, de tipos reales, de la clase que uno se encariña de sus defectos. Y entonces el espectador abandona su atonía y vuelve a creer en el cine bien hecho.
Qué difícil resulta realizar una comedia que no caiga en la ramplonería, que evite el mal gusto, que finte la chabacanería con dosis de dulce ironía e irónica dulzura. Sus guionistas, Juan José Campanella y Fernando Castets, lo han conseguido, pero no hay que olvidar que "El hijo de la novia", dirigida con enorme estilo y habilidad por Campanella, resulta una obra redonda gracias en gran parte a rodearse de un equipo genial que se une como una piña y da a luz pequeñas maravillas como ésta o como su anterior trabajo (la injustamente nunca exhibida en España "El mismo amor, la misma lluvia").
La evolución del protagonista, su sosegamiento paulatino que le permite disfrutar de lo que el frenesí diario antes le arrebataba, se convierte en la vía por la que avanza imparable un tren lleno de sonrisas cómplices donde nos vemos reflejados en más de una situación, de inevitables nudos en la garganta o de carcajadas francas. Lo mejor de todo ese proceso es que uno no se siente manipulado por los autores sino arropado por ellos, llevado de la mano a través de una película de ésas de las que ya no se hacen, de las que aplican el canon que hizo grande a la comedia y que tiene el poder de hacernos pasar de la carcajada al llanto en apenas minutos y de disfrutar de ambas emociones de igual manera.
No podía acabar esta crónica sin resaltar a todos y cada uno de los intérpretes que dan lo mejor de sí mismos. Desde los veteranos como Héctor Alterio o Norma Aleandro, demostrando lo grandes que siguen siendo, a los que empiezan a ser conocidos y reconocidos entre nosotros, como Ricardo Darín, Eduardo Blanco o Natalia Verbeke, que bordan sus respectivos papeles. Entre todos hay una complicidad y una hilazón que parece ir mas allá de lo meramente profesional y que contagia al publico. No hay duda, "El hijo de la novia" es la mejor exportación de Argentina que llega a España.
ALEX MELGARES
0 comentarios