Capítulo 8 Novela: "El equilibrio es imposible"
Último capítulo de esta novela escrito por meri,con esto hacemos punto y final, espero que os haya gustado...
El curso pasado, mi hermana y yo compartíamos colegio, un centro privado en el que estábamos rodeadas de monjas francesas, y un día cuando yo me acerqué para hablar con ella, me dijo sin nisiquiera saludarme:
-Yo nací desnuda y sin vergüenza... ¿Por qué ahora me visto, por qué ahora tengo vergüenza?
Yo no supe qué contestar, ya que no era propio de Idoia soltar ese tipo de cosas, esas barbaridades que diría la abuela Sole, y al final se me ocurrió decir:
-Ayer estabas tan alegre que parecía que volabas, y esa alegría era contagiosa.
-Pero ayer era ayer y hoy es hoy -respondió- Y hoy estoy triste.
Entonces se acercó Marta Etura, una de sus mejores amigas, para pedirle no sé qé favor, y sonó el timbre y cada una se fue a su aula. Idoia con sus compañeros de segundo, y yo con los míos de primero.
En la mayoría de las clases, Bárbara se sentaba conmigo. Era, es, una chica que resulta bastante atractiva por la seguridad con que lo dice todo, de una forma casi arrogante, pero sin llegar a molestar, simplemente transmitiendo una confianza en sí misma que ya quisiera yo para mí, y su forma de mirar, su actitud, sus contestaciones...
Durante estos últimos tres años, mis dos mejores amigos, o las personas con las que más he congeniado, aparte de mis hermanos, claro, han sido Bárbara Goenága, a la que acabo de mencionar, y Asier Etxandía, un chico cuatro años mayor que yo, que además de llevar todas mis bolsas cargadas de trapitos siempre que vamos de tiendas, tiene un corazón enorme, y aunque a simple vista pueda dar una imagen de chico frío, la mayoría de veces es muy cariñoso, y a veces se comporta como un auténtico angelito conmigo, y me abraza y me besa como si fuera su novia.
El lunes, después de llegar de la dichosa presentación del puñetero libro de mi jodida tía Lucía, un amor a veces, un amor que amaba, que sigue amando en alto secreto a Catherine Deneuve, me quedé dormida en mi cama, sintiendo como se iban mis ideas, mis pensamientos, el dolor, el miedo, la conciencia de mi misma...
Veinte horas más tarde me despertó el insistente timbre del teléfono:
-¿Diga?
-Olaia, escúchame bonita, yo quiero que tu vida, nuestra vida, salga adelante, quiero que vuelvas a ser la que eras...
-Ya...
-Pero no es cosa de hablar esto por teléfono. Me gustaría hablar contigo con calma. Hace mucho que no hablo contigo... Que no hablo contigo de nuestras cosas, ya me entiendes, como antes... Nos hemos distanciado tanto últimamente...
-Sí...
-¿Por qué no quedamos para comer? ¿Tienes algo que hacer hoy?
-No, pero...
-No hay peros que valgan. Quedamos.
-Es que no me encuentro muy bien...
-Eso dices siempre. Paso a recogerte en media hora. Ponte guapa.
¿Cómo iba a ponerme guapa si me sentía hecha una mierda tanto por dentro como por fuera? ¿Cómo iba a reunir la energia necesaria para elegir un modelo en el armario, para ducharme, para pintarme los labios, para ponerle buena cara a la gente, para olvidar que Paúl ya no me quiere, que se ha cansado de mi, que ahora simplemente me quiere "mucho"?
Me tumbé en la cama deshecha sintiéndome infinitamente cansada y no me dí cuenta de que había dejado pasar una hora en blanco hasta que sonó el timbre del telefonillo.
-Dame un minuto -le dije a Asier.
Me llevó cinco ducharme, ponerme el último pantalón limpio que encontré en el fondo del armario, recogerme el pelo en un moño improvisado y echarme unas gotitas de mi perfume fetiche, el de olor a cítrico.
Asier me esperaba en la acera, impecablemente vestido, como siempre.
-Hija de mi vida, estás hecha una facha.
En otras circunstáncias hubiera protestado, pero no me sentía con fuerzas, ni con argumentos para hacerlo. Él me cogió por el brazo y me arrastró hasta meterme en un taxi. Por fin, ya en el restaurante, cuando el camarero traía los postres, me entró un deseo de vaciar de una vez todos los tormentos de mi conciencia en el pecho de mi amigo, y entre cucharada y cucharada de mousse le conté todo con sinceridad absoluta. Asier suspiró, me cogió la mano por encima del mantel y me dijo:
-Pues, ¿eso es todo?
-Hombre, ¿te parece poco?
-Poco no. Mucho tampoco.
-Asier, que tengo diecisiéte años, que no es normal que con dieciséis recién cumplidos perdiera mi virginidad con un pianista de jazz siete años mayor que yo... Encima me enamoro de él como una imbécil... Y, ¿qué hace él? Pues Paúl, el chico de los buenos modales, el mismo que domina el inglés a la perfección, se olvida de su pequeña Olaia y la deja, la deja tirada como si de una mierda se tratara. Y ahora... ahora sólo me queda el recuerdo de aquella noche en el hotel.
-Yo te conozco Olaia, y por eso quiero que reacciones. Te he visto de mala hostia, te he visto borde, te he visto metepatas... te he visto hecha una imbécil muchas veces, pero nunca te he visto así... Tu família te quiere, tus amigos te quieren, yo te quiero rayito de sol...
-Asier, yo te agradezco infinitamente que te pongas de mi lado pero me reconocerás que un poco tonta si que he sido...
-Joder, Olaia, estamos hablando de una relación que estaba muerta antes de nacer, de un tío mayor que tú que tenía otros compromisos hechos. Y además, tú precisamente no eres una chica a la que le falten ofertas, y aunque te faltaran, no eres el tipo de chica que necesite un tío al lado.
-¿Y tú que sabes? Tú, por si acaso, si tienes uno.
-Pero no lo he tenido durante mucho tiempo y tampoco se me caía el mundo encima por eso. Y además, mira lo que te digo, en el caso de que necesitaras un chico, ese chico no sería Paúl. Y punto. Además, que sepas que hoy me he estado empollando en la peluquería el horóscopo del Cosmopolitan.
-El Cosmopolitan... Eres una petarda.
-A mucha honra. Y que sepas que siempre me empollo no sólo lo que dicen de mi signo, sinó también el de todos mis amigos. Y a las géminis les decían que van a atravesar una etapa de crisis, de profundo cambio, de la que saldrán renovadas.
-Ya, claro. En todo caso yo creo en el horóscopo celta.
-Por supuesto, casi se me olvida, la señorita Ferreiro nación en Galícia y debe seguir las tradiciones de sus antepasados.
-Como me conoces... ¿Me acompañas a casa?
-Anda, vamos, loquita, que estás más loquita...
Olaia Ferreiro Montero, San Sebastián
El curso pasado, mi hermana y yo compartíamos colegio, un centro privado en el que estábamos rodeadas de monjas francesas, y un día cuando yo me acerqué para hablar con ella, me dijo sin nisiquiera saludarme:
-Yo nací desnuda y sin vergüenza... ¿Por qué ahora me visto, por qué ahora tengo vergüenza?
Yo no supe qué contestar, ya que no era propio de Idoia soltar ese tipo de cosas, esas barbaridades que diría la abuela Sole, y al final se me ocurrió decir:
-Ayer estabas tan alegre que parecía que volabas, y esa alegría era contagiosa.
-Pero ayer era ayer y hoy es hoy -respondió- Y hoy estoy triste.
Entonces se acercó Marta Etura, una de sus mejores amigas, para pedirle no sé qé favor, y sonó el timbre y cada una se fue a su aula. Idoia con sus compañeros de segundo, y yo con los míos de primero.
En la mayoría de las clases, Bárbara se sentaba conmigo. Era, es, una chica que resulta bastante atractiva por la seguridad con que lo dice todo, de una forma casi arrogante, pero sin llegar a molestar, simplemente transmitiendo una confianza en sí misma que ya quisiera yo para mí, y su forma de mirar, su actitud, sus contestaciones...
Durante estos últimos tres años, mis dos mejores amigos, o las personas con las que más he congeniado, aparte de mis hermanos, claro, han sido Bárbara Goenága, a la que acabo de mencionar, y Asier Etxandía, un chico cuatro años mayor que yo, que además de llevar todas mis bolsas cargadas de trapitos siempre que vamos de tiendas, tiene un corazón enorme, y aunque a simple vista pueda dar una imagen de chico frío, la mayoría de veces es muy cariñoso, y a veces se comporta como un auténtico angelito conmigo, y me abraza y me besa como si fuera su novia.
El lunes, después de llegar de la dichosa presentación del puñetero libro de mi jodida tía Lucía, un amor a veces, un amor que amaba, que sigue amando en alto secreto a Catherine Deneuve, me quedé dormida en mi cama, sintiendo como se iban mis ideas, mis pensamientos, el dolor, el miedo, la conciencia de mi misma...
Veinte horas más tarde me despertó el insistente timbre del teléfono:
-¿Diga?
-Olaia, escúchame bonita, yo quiero que tu vida, nuestra vida, salga adelante, quiero que vuelvas a ser la que eras...
-Ya...
-Pero no es cosa de hablar esto por teléfono. Me gustaría hablar contigo con calma. Hace mucho que no hablo contigo... Que no hablo contigo de nuestras cosas, ya me entiendes, como antes... Nos hemos distanciado tanto últimamente...
-Sí...
-¿Por qué no quedamos para comer? ¿Tienes algo que hacer hoy?
-No, pero...
-No hay peros que valgan. Quedamos.
-Es que no me encuentro muy bien...
-Eso dices siempre. Paso a recogerte en media hora. Ponte guapa.
¿Cómo iba a ponerme guapa si me sentía hecha una mierda tanto por dentro como por fuera? ¿Cómo iba a reunir la energia necesaria para elegir un modelo en el armario, para ducharme, para pintarme los labios, para ponerle buena cara a la gente, para olvidar que Paúl ya no me quiere, que se ha cansado de mi, que ahora simplemente me quiere "mucho"?
Me tumbé en la cama deshecha sintiéndome infinitamente cansada y no me dí cuenta de que había dejado pasar una hora en blanco hasta que sonó el timbre del telefonillo.
-Dame un minuto -le dije a Asier.
Me llevó cinco ducharme, ponerme el último pantalón limpio que encontré en el fondo del armario, recogerme el pelo en un moño improvisado y echarme unas gotitas de mi perfume fetiche, el de olor a cítrico.
Asier me esperaba en la acera, impecablemente vestido, como siempre.
-Hija de mi vida, estás hecha una facha.
En otras circunstáncias hubiera protestado, pero no me sentía con fuerzas, ni con argumentos para hacerlo. Él me cogió por el brazo y me arrastró hasta meterme en un taxi. Por fin, ya en el restaurante, cuando el camarero traía los postres, me entró un deseo de vaciar de una vez todos los tormentos de mi conciencia en el pecho de mi amigo, y entre cucharada y cucharada de mousse le conté todo con sinceridad absoluta. Asier suspiró, me cogió la mano por encima del mantel y me dijo:
-Pues, ¿eso es todo?
-Hombre, ¿te parece poco?
-Poco no. Mucho tampoco.
-Asier, que tengo diecisiéte años, que no es normal que con dieciséis recién cumplidos perdiera mi virginidad con un pianista de jazz siete años mayor que yo... Encima me enamoro de él como una imbécil... Y, ¿qué hace él? Pues Paúl, el chico de los buenos modales, el mismo que domina el inglés a la perfección, se olvida de su pequeña Olaia y la deja, la deja tirada como si de una mierda se tratara. Y ahora... ahora sólo me queda el recuerdo de aquella noche en el hotel.
-Yo te conozco Olaia, y por eso quiero que reacciones. Te he visto de mala hostia, te he visto borde, te he visto metepatas... te he visto hecha una imbécil muchas veces, pero nunca te he visto así... Tu família te quiere, tus amigos te quieren, yo te quiero rayito de sol...
-Asier, yo te agradezco infinitamente que te pongas de mi lado pero me reconocerás que un poco tonta si que he sido...
-Joder, Olaia, estamos hablando de una relación que estaba muerta antes de nacer, de un tío mayor que tú que tenía otros compromisos hechos. Y además, tú precisamente no eres una chica a la que le falten ofertas, y aunque te faltaran, no eres el tipo de chica que necesite un tío al lado.
-¿Y tú que sabes? Tú, por si acaso, si tienes uno.
-Pero no lo he tenido durante mucho tiempo y tampoco se me caía el mundo encima por eso. Y además, mira lo que te digo, en el caso de que necesitaras un chico, ese chico no sería Paúl. Y punto. Además, que sepas que hoy me he estado empollando en la peluquería el horóscopo del Cosmopolitan.
-El Cosmopolitan... Eres una petarda.
-A mucha honra. Y que sepas que siempre me empollo no sólo lo que dicen de mi signo, sinó también el de todos mis amigos. Y a las géminis les decían que van a atravesar una etapa de crisis, de profundo cambio, de la que saldrán renovadas.
-Ya, claro. En todo caso yo creo en el horóscopo celta.
-Por supuesto, casi se me olvida, la señorita Ferreiro nación en Galícia y debe seguir las tradiciones de sus antepasados.
-Como me conoces... ¿Me acompañas a casa?
-Anda, vamos, loquita, que estás más loquita...
Olaia Ferreiro Montero, San Sebastián
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