Capítulo 5 Novela "El equilibrio es imposible"
Quinto episodio de esta novela escrito por meri, haber si os gusta...
Me marcho el viernes que viene a Barcelona y me gustaría verte antes para despedirme de tí en condiciones. Como no me fío de tus impulsos, lo mejor sería que quedásemos en un espacio neutral, ni se te ocurra llevarme a uno de esos monótonos cafés del centro que sueles frecuentar a menudo con tu querida madre, que te conozco... Tú dirás.
Lucía
Entró Lucía en el bar con la cabeza alta, segura de que me encontraría esperandola. Yo no sabía que decirle, todo lo que me venía a la cabeza me resultaba melodramático en exceso.
-Hola...
-Qué tal.
Estas frases tan inspiradas fueron lo único que se nos ocurrió decir.
-Te he traído los libros que me pediste.
-Ya...
Lucía se sentó a mi lado e hizo una seña con la cabeza al camarero para indicarle que se acercara a la mesa. Yo observándola, una Olaia ojerosa y cansada, que al poco rato se limitó a estar quieta apurando a tragos nerviosos la Coca-Cola suya de cada día, su bebida fetiche desde que decidió hacerse radicalmente abstemia, al igual que su adorada hermana Idoia.
-Y bueno..., ¿qué tal te va?
-Bien... Bien, apurando las vacaciones. ¿Y tu novela? -por fin me atreví a soltar más de tres palabras seguidas, aunque sólo fuera para escupir aquella pregunta, cuya respuesta me era absolutamente indiferente.
-Bien... He pensado en emplear el tiempo que voy a estar en Barcelona en la reescritura del borrador. Con un poco de suerte podré entregar la novela a finales de octubre.
-¿Dentro de dos meses? ¿Tan adelantada vas?
-Sí, ya ves.
-Ah... Me alegro por ti. -respondí mientras hacía girar el anillo que mi tía llevaba en el dedo corazón de su mano derecha.
-Me lo pasé muy bien contigo en la casa rural que tienen tus abuelos, los estúpidos de mis padres en Galícia, y me encantaría que aprovechásemos estas Navidades para retomar una relación que yo he tenido un poco descuidada en los últimos tiempos.
-¿Te estás poniendo sentimental? -le pregunté mientras dibujaba una sonrisa sincera en mis labios.
-No querida, no te confundas... -empezó a liar su dedo índice entre uno de sus rizos- Sólo digo que si quieres excursiones culturales, me tienes a tu disposición para ir a Beasain, Lasarte, Errenteria, Hondarribia... o cualquier narcosala de Guipúzcoa.
-Bien... ¿Me puedes dedicar Amor, curiosidad, prozac y dudas por favor?
Tan sólo han pasado dos miserables días desde que me despedí de mi tía aquella tarde en el bar, y ya empiezo a olvidar poco a poco los detalles de aquel encuentro, empiezo a tener solamente un vago recuerdo de los ojos tristes de Lucía.
En poco tiempo, me he convertido en la presencia más buscada de este verano. Yo, la "amiga especial" de Paúl San Martín, paseo en bicicleta todas las mañanas por San Sebastián sin dignarme a contestar a ninguna de mis llamadas telefónicas, excepto las de Idoia, claro.
Durante su estancia en la Ciudad Condal, Idoia se ha instalado en el piso que tiene Lucía en la avenida Meridiana. Un piso que mi tía suele frecuentar de vez en cuando, sobretodo en época de publicación, ya que su editorial, Plaza & Janés, se encuentra en el Passeig de Gràcia, y eso le facilita las condiciones de trabajo.
De la vida sentimental de mi hermana, sé que ha mantenido breves romances con varios amigos de mi madre. Entre ellos cabe destacar a Gonzalo, un donostiarra de treinta y cuatro años, que dedica demasiado tiempo a su trabajo en Get In, una empresa de management situada en el Camino Portuetxe.
Dice mamá que la zona de cocinar y comer es como un gran imán que atrae a toda la familia, y que para que funcione a la perfección durante muchos años debemos colaborar en las tareas domésticas de una forma justa.
En la cocina de casa preparamos la cena, alargamos las sobremesas, nos peleamos por el mando del televisor, opinamos sobre la vida de nuestros familiares o seres más cercanos... ¡A veces la cocina es un auténtico hervidero!
Esta mañana me ha despertado Paúl con una de sus impertinentes llamadas telefónicas, y ni siquiera me he dignado a responderle. Tal vez si me hubiera dado tiempo a pensar habría contestado a su llamada, pero el salvaje de Iker me ha quitado el teléfono de las manos, y lo ha lanzado hacia el suelo, destrozándo así mi precioso Nokia 3300 con reproductor de música digital y tonos de llamada avanzados. Mi hermano me sorprende cada día más.
Lo cierto es que las cosas en esta casa no cambian demasiado. Mi padre sigue pasando las tardes encerrado en el estudio con el cartel de "no molestar" colgando del pomo de la puerta, mi madre se ha instalado el suyo propio en el salón, mi hermano sólo sabe reclamar derechos, mi hermana sigue sin llamar... y ahora para rematarlo todo un poco más, Nawja y Eva se han instalado su nidito de amor en la buhardilla. Luego estoy yo, que tengo diecisiéte años, y no sé que hacer con mi vida. Yo, que me paso las mañanas recorriendo San Sebastián en bicicleta para no recordar que echo de menos a Idoia y que me abrazo todas las noches al cuerpo de mi hermano para olvidar que necesito ovillarme entre los brazos de Paúl.
Olaia Ferreiro Montero, San Sebastián
Me marcho el viernes que viene a Barcelona y me gustaría verte antes para despedirme de tí en condiciones. Como no me fío de tus impulsos, lo mejor sería que quedásemos en un espacio neutral, ni se te ocurra llevarme a uno de esos monótonos cafés del centro que sueles frecuentar a menudo con tu querida madre, que te conozco... Tú dirás.
Lucía
Entró Lucía en el bar con la cabeza alta, segura de que me encontraría esperandola. Yo no sabía que decirle, todo lo que me venía a la cabeza me resultaba melodramático en exceso.
-Hola...
-Qué tal.
Estas frases tan inspiradas fueron lo único que se nos ocurrió decir.
-Te he traído los libros que me pediste.
-Ya...
Lucía se sentó a mi lado e hizo una seña con la cabeza al camarero para indicarle que se acercara a la mesa. Yo observándola, una Olaia ojerosa y cansada, que al poco rato se limitó a estar quieta apurando a tragos nerviosos la Coca-Cola suya de cada día, su bebida fetiche desde que decidió hacerse radicalmente abstemia, al igual que su adorada hermana Idoia.
-Y bueno..., ¿qué tal te va?
-Bien... Bien, apurando las vacaciones. ¿Y tu novela? -por fin me atreví a soltar más de tres palabras seguidas, aunque sólo fuera para escupir aquella pregunta, cuya respuesta me era absolutamente indiferente.
-Bien... He pensado en emplear el tiempo que voy a estar en Barcelona en la reescritura del borrador. Con un poco de suerte podré entregar la novela a finales de octubre.
-¿Dentro de dos meses? ¿Tan adelantada vas?
-Sí, ya ves.
-Ah... Me alegro por ti. -respondí mientras hacía girar el anillo que mi tía llevaba en el dedo corazón de su mano derecha.
-Me lo pasé muy bien contigo en la casa rural que tienen tus abuelos, los estúpidos de mis padres en Galícia, y me encantaría que aprovechásemos estas Navidades para retomar una relación que yo he tenido un poco descuidada en los últimos tiempos.
-¿Te estás poniendo sentimental? -le pregunté mientras dibujaba una sonrisa sincera en mis labios.
-No querida, no te confundas... -empezó a liar su dedo índice entre uno de sus rizos- Sólo digo que si quieres excursiones culturales, me tienes a tu disposición para ir a Beasain, Lasarte, Errenteria, Hondarribia... o cualquier narcosala de Guipúzcoa.
-Bien... ¿Me puedes dedicar Amor, curiosidad, prozac y dudas por favor?
Tan sólo han pasado dos miserables días desde que me despedí de mi tía aquella tarde en el bar, y ya empiezo a olvidar poco a poco los detalles de aquel encuentro, empiezo a tener solamente un vago recuerdo de los ojos tristes de Lucía.
En poco tiempo, me he convertido en la presencia más buscada de este verano. Yo, la "amiga especial" de Paúl San Martín, paseo en bicicleta todas las mañanas por San Sebastián sin dignarme a contestar a ninguna de mis llamadas telefónicas, excepto las de Idoia, claro.
Durante su estancia en la Ciudad Condal, Idoia se ha instalado en el piso que tiene Lucía en la avenida Meridiana. Un piso que mi tía suele frecuentar de vez en cuando, sobretodo en época de publicación, ya que su editorial, Plaza & Janés, se encuentra en el Passeig de Gràcia, y eso le facilita las condiciones de trabajo.
De la vida sentimental de mi hermana, sé que ha mantenido breves romances con varios amigos de mi madre. Entre ellos cabe destacar a Gonzalo, un donostiarra de treinta y cuatro años, que dedica demasiado tiempo a su trabajo en Get In, una empresa de management situada en el Camino Portuetxe.
Dice mamá que la zona de cocinar y comer es como un gran imán que atrae a toda la familia, y que para que funcione a la perfección durante muchos años debemos colaborar en las tareas domésticas de una forma justa.
En la cocina de casa preparamos la cena, alargamos las sobremesas, nos peleamos por el mando del televisor, opinamos sobre la vida de nuestros familiares o seres más cercanos... ¡A veces la cocina es un auténtico hervidero!
Esta mañana me ha despertado Paúl con una de sus impertinentes llamadas telefónicas, y ni siquiera me he dignado a responderle. Tal vez si me hubiera dado tiempo a pensar habría contestado a su llamada, pero el salvaje de Iker me ha quitado el teléfono de las manos, y lo ha lanzado hacia el suelo, destrozándo así mi precioso Nokia 3300 con reproductor de música digital y tonos de llamada avanzados. Mi hermano me sorprende cada día más.
Lo cierto es que las cosas en esta casa no cambian demasiado. Mi padre sigue pasando las tardes encerrado en el estudio con el cartel de "no molestar" colgando del pomo de la puerta, mi madre se ha instalado el suyo propio en el salón, mi hermano sólo sabe reclamar derechos, mi hermana sigue sin llamar... y ahora para rematarlo todo un poco más, Nawja y Eva se han instalado su nidito de amor en la buhardilla. Luego estoy yo, que tengo diecisiéte años, y no sé que hacer con mi vida. Yo, que me paso las mañanas recorriendo San Sebastián en bicicleta para no recordar que echo de menos a Idoia y que me abrazo todas las noches al cuerpo de mi hermano para olvidar que necesito ovillarme entre los brazos de Paúl.
Olaia Ferreiro Montero, San Sebastián
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