Capítulo 2 Novela "El equilibrio es imposible"
Capitulo segundo de esta novela, escrito por marina francisco, espero que os guste.
No me lo merezco, pero seguiré adelante...
Y sigo. Sigo paseando por las calles de Barcelona, como un alma en pena... Cuando me canso me siento en cualquier portal y observo a la gente. ¿Nunca has necesitado el abrazo de un desconocido? Yo sí, pero nadie se acerca con los brazos abiertos, nadie se da cuenta de que me apago lentamente. A veces olvido que existo. Estoy rodeada de gente, pero sola. Necesito a alguien que esté pendiente de mí y que me diga, de vez en cuando, que respiro.
Me fui de San Sebastián dispuesta a empezar la carrera de periodismo. Llegué cargada de maletas llenas de ilusión. Pero tal vez el contenido se perdió por el camino, porque al dejarlas en el suelo del desván de casa de mi tía Lucía, de Barcelona, no encontré ni una migaja de ilusión por más que busqué.
Ha pasado ya un mes y ni siquiera he llamado a casa. Me da miedo. Sé que voy a llorar cuando escuche la voz de Olaia preguntando ¿qué tal, querida?, cuando Iker diga agur yogur, cuando papá se despida con un simple bico o cuando mamá me diga Idoia, ayer me salieron unos espaguetis a la carbonara deliciosos, pero yo sabré que no, aunque, mamá, me moriría de ganas de poder intoxicarme una vez más de tus comidas.
Hace dos semanas intenté encontrar el lado positivo al viaje. Salí a la calle dispuesta a comerme el mundo, a empezar de cero. Con el discman en la mano e inundada en una bella canción de Radiohead. Pero nada. Que no.
Y me mareo cuando habla mi tía. Aunque la escucho poco, el sonido que produce su voz me estresa. No es un tono dulce, como el de mi madre, ni tiene acento, como es el caso de mi padre, que su deje gallego produce una cierta sensación afrodisíaca incluso en sus hijas. Su timbre de voz es grave y por las noches afónico. No me extraña. No se calla. He deducido que su palabra favorita es cuéntame. Cuéntame, ¿qué tal el día?, Cuéntame, ¿que hacéis en clase?, cuéntame, ¿hay algún chico?, cuéntame, ¿te gusta esta ciudad?... Y mientras tanto, mi cabeza canta Cuéntame como te ha ido, si has conocido la felicidad.. y vuelvo a acordarme de mi madre cantando esta canción en el coche, mientras se da con la sombra de ojos azul Max Factor, mirándose al espejo, con su pelo al viento, Loreal porque yo lo valgo. Entonces me escuecen los ojos y siento ansias de llorar. Hago una vista al aseo, me siento en la taza con la tapa cerrada y lloro tanto que el gato me mira con cara de tristeza. Sí, es que el gato de mi tía vive en el baño. ¿Gato o gata? Ahora mismo no lo sé, porque se llama Ariel como la sirenita o como Ariel Rot. Ya le preguntaré a Lucía cuando tenga ganas de hablar con ella, porque tal y como están las cosas, no tengo ni fuerzas para dar los buenos días. Mi tía cree que tengo una depresión casi tan fuerte como la que pasó Olaia cuando tenía 12 años. Le regalaron un pez para su cumpleaños, Fredy, creo que le puso. Un día caluroso de verano dejó a Fredy en la ventana y sonreí. Inocente Olaia... ¿a quién se le ocurre dejar el pez a pleno sol? Pensé si el pez se chamusca, Olaia, cogerá una depresión. Bien, así la buena música será su salvación y la educo. Fredy murió a las 3:30 p.m, hora en la que el sol se hace insoportable. Ese mismo día mi hermana cambió el Caribe Mix 2 por el Manual para los Fieles de Piratas. Me siento orgullosa. No hay mal que por bien no venga. Pero en este agujero llamado Barcelona todo es oscuro y huele a gasolina.
Idoia Ferreiro Montero, Barcelona
No me lo merezco, pero seguiré adelante...
Y sigo. Sigo paseando por las calles de Barcelona, como un alma en pena... Cuando me canso me siento en cualquier portal y observo a la gente. ¿Nunca has necesitado el abrazo de un desconocido? Yo sí, pero nadie se acerca con los brazos abiertos, nadie se da cuenta de que me apago lentamente. A veces olvido que existo. Estoy rodeada de gente, pero sola. Necesito a alguien que esté pendiente de mí y que me diga, de vez en cuando, que respiro.
Me fui de San Sebastián dispuesta a empezar la carrera de periodismo. Llegué cargada de maletas llenas de ilusión. Pero tal vez el contenido se perdió por el camino, porque al dejarlas en el suelo del desván de casa de mi tía Lucía, de Barcelona, no encontré ni una migaja de ilusión por más que busqué.
Ha pasado ya un mes y ni siquiera he llamado a casa. Me da miedo. Sé que voy a llorar cuando escuche la voz de Olaia preguntando ¿qué tal, querida?, cuando Iker diga agur yogur, cuando papá se despida con un simple bico o cuando mamá me diga Idoia, ayer me salieron unos espaguetis a la carbonara deliciosos, pero yo sabré que no, aunque, mamá, me moriría de ganas de poder intoxicarme una vez más de tus comidas.
Hace dos semanas intenté encontrar el lado positivo al viaje. Salí a la calle dispuesta a comerme el mundo, a empezar de cero. Con el discman en la mano e inundada en una bella canción de Radiohead. Pero nada. Que no.
Y me mareo cuando habla mi tía. Aunque la escucho poco, el sonido que produce su voz me estresa. No es un tono dulce, como el de mi madre, ni tiene acento, como es el caso de mi padre, que su deje gallego produce una cierta sensación afrodisíaca incluso en sus hijas. Su timbre de voz es grave y por las noches afónico. No me extraña. No se calla. He deducido que su palabra favorita es cuéntame. Cuéntame, ¿qué tal el día?, Cuéntame, ¿que hacéis en clase?, cuéntame, ¿hay algún chico?, cuéntame, ¿te gusta esta ciudad?... Y mientras tanto, mi cabeza canta Cuéntame como te ha ido, si has conocido la felicidad.. y vuelvo a acordarme de mi madre cantando esta canción en el coche, mientras se da con la sombra de ojos azul Max Factor, mirándose al espejo, con su pelo al viento, Loreal porque yo lo valgo. Entonces me escuecen los ojos y siento ansias de llorar. Hago una vista al aseo, me siento en la taza con la tapa cerrada y lloro tanto que el gato me mira con cara de tristeza. Sí, es que el gato de mi tía vive en el baño. ¿Gato o gata? Ahora mismo no lo sé, porque se llama Ariel como la sirenita o como Ariel Rot. Ya le preguntaré a Lucía cuando tenga ganas de hablar con ella, porque tal y como están las cosas, no tengo ni fuerzas para dar los buenos días. Mi tía cree que tengo una depresión casi tan fuerte como la que pasó Olaia cuando tenía 12 años. Le regalaron un pez para su cumpleaños, Fredy, creo que le puso. Un día caluroso de verano dejó a Fredy en la ventana y sonreí. Inocente Olaia... ¿a quién se le ocurre dejar el pez a pleno sol? Pensé si el pez se chamusca, Olaia, cogerá una depresión. Bien, así la buena música será su salvación y la educo. Fredy murió a las 3:30 p.m, hora en la que el sol se hace insoportable. Ese mismo día mi hermana cambió el Caribe Mix 2 por el Manual para los Fieles de Piratas. Me siento orgullosa. No hay mal que por bien no venga. Pero en este agujero llamado Barcelona todo es oscuro y huele a gasolina.
Idoia Ferreiro Montero, Barcelona
2 comentarios
Marina -
María Calderón Mirada -
Yo siento que no voy, que el equilibrio es imposible...