Capítulo 4 Novela "El equilibrio es imposible"
Cuarto capítulo de esta paranoica novela en esta ocasión escrito por Marina Francisco.
El piso de mi tía Lucía es feliz. Sí, hoy me he estado fijando. Tiene el típico decorado cibernético, con lámparas de colores, sofás de tonalidades rosas y rojas forrados de pelo de ese suave y cojines con forma de corazón, las cortinas son metálicas... y no sé. Un ambiente raro. Lo siento, las descripciones no son mi fuerte. Bueno, ella es una hortera. Pero a mi hermana le encanta que sea así. Idoia, no es hortera... es pop. Pos vale. Es un piso pop, entonces.. patético. En San Sebastián vivía en una casa céntrica, bien iluminada y amueblada. Mi madre se tiró 2 meses para elegir las cortinas del salón que mejor combinaran con las rallas beige del sofá. No sé, me gustaba el ambiente que se respiraba en mi casiña donostiarra. Mis padres se querían e iban al cine cada viernes por la tarde, a parte de las múltiples cenas que solían tener cualquier día de la semana con gente bastante importante pero todos gilipollas. No entiendo como les aguantan si ni siquiera son sus amigos y prácticamente, todos son monotemas: la política. A mi madre no le gusta hablar de comunismo en la mesa, es más, creo que lo que le pasa a esta mujer es que no tiene ni idea de política y se aburre. Me hace gracia verla juguetear con los garbanzos mientras mi padre habla apasionadamente sobre temas intelectuales. Tampoco le gusta hablar de la muerte. Es algo que le supera porque toda su vida ha sido feliz. No recuerdo ninguna desgracia que le haya pasado. Ni ella tampoco. Mi padre sí que lo pasó bastante mal en su adolescencia, pero es un tema que, por ahora, no quiero tratar. Pero ahora dicen ser felices. Son felices. La felicidad de mi padre le llega a partir del fútbol, por eso somos del Celta y de La Real. Bueno mi hermano es del Deportivo, pero no lo dice en casa. Mi hermano es todo un personaje. Ahora mismo no tiene pareja pero no le faltan pretendientes. Y fuma marihuana, pero eso tampoco lo dice en casa. Creo que no se mete nada, sólo fuma. No encuentro la felicidad en los artificios químicos. Aunque tampoco lo he probado.
Me duele despertarme por las mañanas, aquí. En San Sebastián me encantaba, incluso los días de clase. Adoraba sentir el olor a café y a tostadas recién hechas desde mi cama calentita, con mi nórdico azul marino.. ummm... Mi tía no hace tostadas y el café se lo toma en el Bar Manolo, el de la esquina. Perdón, el café no, el carajillo. Asquerosa palabra. Suena a moco. Aquí tampoco hace frío a la hora de dormir, y menos en Septiembre así que no utilizo nórdico. Echo de menos el frío a la hora de acostarse porque aunque sea el ser más ridículo del mundo con esas pintas, adoro poner los calcetines por encima de los pantalones, y los pantalones por encima del jersey para evitar entradas de aire no deseadas. Me envuelvo cuan canelón de Idoia en una mantita azul cielo y me meto en la cama. Entonces empieza el proceso sabana - manta - manta - edredón nórdico hasta el cuello. Y cuando acabo suspiro y cierro los ojos. Es bonito.
Y es que me gusta el invierno. El frío es bello. Y vestirte en invierno es más divertido que en verano. Ponerte leotardos debajo de los pantalones cada día es muy gustoso, y las camisetitas princesa interiores, y las bufandas, y los guantes, y no poder moverte :)
Volviendo a las mañanas donostiarras antes de ir a clase. Mi madre me espera en la cocina calculando a la perfección las cucharadas de cola-cao, lo hace como nadie. Entro y digo: "Hola, buenos días", bueno no, a veces digo "Kaixo! Egun on!" y si mi padre está leyendo el periódico en la mesa mientras come su tostada con mantequilla y mermelada de frambuesa digo Ola, Bos días! que se que le gusta que utilice su idioma natal, pero no importa el idioma, se suelen reír de mí, más bien conmigo.
Nunca me han sido negados los pocos bienes que he querido poseer. Mi familia se lo puede permitir, pero no soy tan caprichosa como mi hermana y más bien me he espabilado yo solita.
Y allí me gustaba la vida, me gustaba buscar la felicidad que tan bien se sabe esconder y hallarla y sonreír y verla en los demás. Porque creo que existe aunque aquí la disimulen tan bien.
Idoia Ferreiro Montero, Barcelona
El piso de mi tía Lucía es feliz. Sí, hoy me he estado fijando. Tiene el típico decorado cibernético, con lámparas de colores, sofás de tonalidades rosas y rojas forrados de pelo de ese suave y cojines con forma de corazón, las cortinas son metálicas... y no sé. Un ambiente raro. Lo siento, las descripciones no son mi fuerte. Bueno, ella es una hortera. Pero a mi hermana le encanta que sea así. Idoia, no es hortera... es pop. Pos vale. Es un piso pop, entonces.. patético. En San Sebastián vivía en una casa céntrica, bien iluminada y amueblada. Mi madre se tiró 2 meses para elegir las cortinas del salón que mejor combinaran con las rallas beige del sofá. No sé, me gustaba el ambiente que se respiraba en mi casiña donostiarra. Mis padres se querían e iban al cine cada viernes por la tarde, a parte de las múltiples cenas que solían tener cualquier día de la semana con gente bastante importante pero todos gilipollas. No entiendo como les aguantan si ni siquiera son sus amigos y prácticamente, todos son monotemas: la política. A mi madre no le gusta hablar de comunismo en la mesa, es más, creo que lo que le pasa a esta mujer es que no tiene ni idea de política y se aburre. Me hace gracia verla juguetear con los garbanzos mientras mi padre habla apasionadamente sobre temas intelectuales. Tampoco le gusta hablar de la muerte. Es algo que le supera porque toda su vida ha sido feliz. No recuerdo ninguna desgracia que le haya pasado. Ni ella tampoco. Mi padre sí que lo pasó bastante mal en su adolescencia, pero es un tema que, por ahora, no quiero tratar. Pero ahora dicen ser felices. Son felices. La felicidad de mi padre le llega a partir del fútbol, por eso somos del Celta y de La Real. Bueno mi hermano es del Deportivo, pero no lo dice en casa. Mi hermano es todo un personaje. Ahora mismo no tiene pareja pero no le faltan pretendientes. Y fuma marihuana, pero eso tampoco lo dice en casa. Creo que no se mete nada, sólo fuma. No encuentro la felicidad en los artificios químicos. Aunque tampoco lo he probado.
Me duele despertarme por las mañanas, aquí. En San Sebastián me encantaba, incluso los días de clase. Adoraba sentir el olor a café y a tostadas recién hechas desde mi cama calentita, con mi nórdico azul marino.. ummm... Mi tía no hace tostadas y el café se lo toma en el Bar Manolo, el de la esquina. Perdón, el café no, el carajillo. Asquerosa palabra. Suena a moco. Aquí tampoco hace frío a la hora de dormir, y menos en Septiembre así que no utilizo nórdico. Echo de menos el frío a la hora de acostarse porque aunque sea el ser más ridículo del mundo con esas pintas, adoro poner los calcetines por encima de los pantalones, y los pantalones por encima del jersey para evitar entradas de aire no deseadas. Me envuelvo cuan canelón de Idoia en una mantita azul cielo y me meto en la cama. Entonces empieza el proceso sabana - manta - manta - edredón nórdico hasta el cuello. Y cuando acabo suspiro y cierro los ojos. Es bonito.
Y es que me gusta el invierno. El frío es bello. Y vestirte en invierno es más divertido que en verano. Ponerte leotardos debajo de los pantalones cada día es muy gustoso, y las camisetitas princesa interiores, y las bufandas, y los guantes, y no poder moverte :)
Volviendo a las mañanas donostiarras antes de ir a clase. Mi madre me espera en la cocina calculando a la perfección las cucharadas de cola-cao, lo hace como nadie. Entro y digo: "Hola, buenos días", bueno no, a veces digo "Kaixo! Egun on!" y si mi padre está leyendo el periódico en la mesa mientras come su tostada con mantequilla y mermelada de frambuesa digo Ola, Bos días! que se que le gusta que utilice su idioma natal, pero no importa el idioma, se suelen reír de mí, más bien conmigo.
Nunca me han sido negados los pocos bienes que he querido poseer. Mi familia se lo puede permitir, pero no soy tan caprichosa como mi hermana y más bien me he espabilado yo solita.
Y allí me gustaba la vida, me gustaba buscar la felicidad que tan bien se sabe esconder y hallarla y sonreír y verla en los demás. Porque creo que existe aunque aquí la disimulen tan bien.
Idoia Ferreiro Montero, Barcelona
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