"Murcia y sus fiestas"
^"SARDINA 2004"
GRACIAS A DIEGO PEDRO LÓPEZ ACOSTA POR COLABORAR CON ESTE ARTÍCULO.
Fiesta con más de 150 años de antiguedad y declarada de Interés Turístico Nacional. Casi 30 grupos sardineros bajo la advocación de los dioses del Olimpo (Apolo, Baco, Diana, Marte...), forman la Agrupación Sardinera. Con sus divertidos pasacalles llenan la ciudad de color y música desde el miércoles de pascua hasta la gran cabalgata desde cuyas carrozas se lanzan miles de juguetes a niños y no tan niños.
Precisamente ahora, cuando nos reencontramos con la vida a través de la luz, el aire y la fertilidad de la tierra, descubrimos todo el esplendoroso significado de la primavera. Primavera y en Murcia, donde es fácil encontrar la generosa actitud de transmitir ilusión y entusiasmo por el rito festivo, por la celebración puntual. Esta ciudad, prendida a su noble pasado, afrontando su presente y confiando en su futuro, se transforma, por una noche, en un reducido universo donde sólo es real y tangible lo imaginario y fantástico. Durante unas horas la fiesta y sus protagonistas hacen de Murcia, ante el clamor y el asombro, un Olimpo inmediato y urbano, habitado brevemente por unos personajes descomunales, emparentados con la madera, el cartón y la purpurina; amigos íntimos de la luz, la pólvora y el humo; huéspedes deseados e indiscutibles de la primavera.
La noche se cierra en estruendo y por las calles y plazas de la ciudad se congrega una multitud dispuesta a participar, con su presencia y su demanda, en la repetida celebración de la fiesta. Un acre olor a pólvora, anulando el delicado aroma del azahar que se adivina en el abril murciano, recuerda que el festejo tiene una relación inevitable con el fuego, que, como en el poema de Rilke, enciende sentimientos de gozo. Hachones y bengalas crean la fantasmagórica iluminación y una extraña y caprichosa bruma aguijonea los sentidos. Es la perfecta ambientación para el gran desfile, para la cabalgata de lo quimérico, que discurre bulliciosamente con la gracia elemental de las comparsas, la exótica y estimulante presencia de las bailarinas y las reiterativas músicas de las charangas. Un espectáculo que bien pudiera estar entre un film onírico de Fellini y un musical americano de Minnelli. Y de pronto, las carrozas.
No cabe duda de que la carroza tiene un destino representativo y solemne cuyo origen escapa a la memoria. La carroza, en este increíble festejo murciano, supone la entronización de la imaginación y la fantasía de determinadas personas de esta tierra. Es la labor creativa, a través del tiempo, de artistas y artesanos como Garay, Eloy Moreno, Ruiz Séiquer, González Conte, Gómez Cano, Anastasio . que pusieron su talento y habilidad erigiendo una mitología fugaz y sorprendente.
Atenea, con su proverbial sabiduría, trata de poner orden y mesura en el cortejo, lo que es materialmente imposible, mientras Baco, entregado a los placeres, invita a tripulantes y público a todos los excesos. Ceres, desde su altura, sueña con fértiles cosechas y Marte, siempre en pie de guerra, libra una batalla contra la tristeza. Mercurio, el mensajero alado, al contrario que Morfeo, que continúa en su sueño de siglos, muestra gran actividad, como un eficaz empleado de una empresa de mensajería. Neptuno, amo y señor de las aguas, no disimula su pesar ante el negro futuro que se cierne sobre el Plan Hidrológico. Ulises, que, como su biógrafo Homero, es griego y no irlandés, como algunos creen por culpa de aquel pedante de James Joyce, pone de relieve que prefiere las primaveras de Murcia a las de Itaca. Al tiempo Venus utiliza su poder de seducción con la gente, como lo utilizaba con los artistas para los que posó desde su nacimiento (que se lo pregunten, si no, a aquel renacentista florentino que se llamó Boticelli) sin el menor recato. Mientras, Vulcano, desde su fragua de cartón piedra, contempla el Puente Viejo y a golpes de martillo forjas las ilusiones de la noche.
Todo es posible en esta ciudad, convertida temporalmente en un inmenso escenario para la representación caprichosa y fantástica donde el trabajo y el esfuerzo de unos cuantos no se tira por la borda. Lo único que se lanza por la borda de las carrozas es la ilusión materializada en infinidad de objetos.
GRACIAS A DIEGO PEDRO LÓPEZ ACOSTA POR COLABORAR CON ESTE ARTÍCULO.
Fiesta con más de 150 años de antiguedad y declarada de Interés Turístico Nacional. Casi 30 grupos sardineros bajo la advocación de los dioses del Olimpo (Apolo, Baco, Diana, Marte...), forman la Agrupación Sardinera. Con sus divertidos pasacalles llenan la ciudad de color y música desde el miércoles de pascua hasta la gran cabalgata desde cuyas carrozas se lanzan miles de juguetes a niños y no tan niños.
Precisamente ahora, cuando nos reencontramos con la vida a través de la luz, el aire y la fertilidad de la tierra, descubrimos todo el esplendoroso significado de la primavera. Primavera y en Murcia, donde es fácil encontrar la generosa actitud de transmitir ilusión y entusiasmo por el rito festivo, por la celebración puntual. Esta ciudad, prendida a su noble pasado, afrontando su presente y confiando en su futuro, se transforma, por una noche, en un reducido universo donde sólo es real y tangible lo imaginario y fantástico. Durante unas horas la fiesta y sus protagonistas hacen de Murcia, ante el clamor y el asombro, un Olimpo inmediato y urbano, habitado brevemente por unos personajes descomunales, emparentados con la madera, el cartón y la purpurina; amigos íntimos de la luz, la pólvora y el humo; huéspedes deseados e indiscutibles de la primavera.
La noche se cierra en estruendo y por las calles y plazas de la ciudad se congrega una multitud dispuesta a participar, con su presencia y su demanda, en la repetida celebración de la fiesta. Un acre olor a pólvora, anulando el delicado aroma del azahar que se adivina en el abril murciano, recuerda que el festejo tiene una relación inevitable con el fuego, que, como en el poema de Rilke, enciende sentimientos de gozo. Hachones y bengalas crean la fantasmagórica iluminación y una extraña y caprichosa bruma aguijonea los sentidos. Es la perfecta ambientación para el gran desfile, para la cabalgata de lo quimérico, que discurre bulliciosamente con la gracia elemental de las comparsas, la exótica y estimulante presencia de las bailarinas y las reiterativas músicas de las charangas. Un espectáculo que bien pudiera estar entre un film onírico de Fellini y un musical americano de Minnelli. Y de pronto, las carrozas.
No cabe duda de que la carroza tiene un destino representativo y solemne cuyo origen escapa a la memoria. La carroza, en este increíble festejo murciano, supone la entronización de la imaginación y la fantasía de determinadas personas de esta tierra. Es la labor creativa, a través del tiempo, de artistas y artesanos como Garay, Eloy Moreno, Ruiz Séiquer, González Conte, Gómez Cano, Anastasio . que pusieron su talento y habilidad erigiendo una mitología fugaz y sorprendente.
Atenea, con su proverbial sabiduría, trata de poner orden y mesura en el cortejo, lo que es materialmente imposible, mientras Baco, entregado a los placeres, invita a tripulantes y público a todos los excesos. Ceres, desde su altura, sueña con fértiles cosechas y Marte, siempre en pie de guerra, libra una batalla contra la tristeza. Mercurio, el mensajero alado, al contrario que Morfeo, que continúa en su sueño de siglos, muestra gran actividad, como un eficaz empleado de una empresa de mensajería. Neptuno, amo y señor de las aguas, no disimula su pesar ante el negro futuro que se cierne sobre el Plan Hidrológico. Ulises, que, como su biógrafo Homero, es griego y no irlandés, como algunos creen por culpa de aquel pedante de James Joyce, pone de relieve que prefiere las primaveras de Murcia a las de Itaca. Al tiempo Venus utiliza su poder de seducción con la gente, como lo utilizaba con los artistas para los que posó desde su nacimiento (que se lo pregunten, si no, a aquel renacentista florentino que se llamó Boticelli) sin el menor recato. Mientras, Vulcano, desde su fragua de cartón piedra, contempla el Puente Viejo y a golpes de martillo forjas las ilusiones de la noche.
Todo es posible en esta ciudad, convertida temporalmente en un inmenso escenario para la representación caprichosa y fantástica donde el trabajo y el esfuerzo de unos cuantos no se tira por la borda. Lo único que se lanza por la borda de las carrozas es la ilusión materializada en infinidad de objetos.
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