"TERE"
MURCIA
Miércoles, 21 de abril de 2004
Tere
LORENZO ANDREO/
Una estrella fugaz, cuya estela de colores iluminó espacios que nunca habían visto la luz; un astro alrededor del que giraban muchos planetas; una perla preciosa que acababa de engarzarse en su collar.
Tu extraordinaria belleza, tanto física como espiritual, era evidente. ¿Recuerdas -¿cómo lo vas a recordar ya!- que el diestro Antonio Ordóñez te brindó un toro y que Juan Manuel Couder, campeón de España de tenis, te dedicó un partido?
Además se destacaban en ti tu amor al prójimo, tu delicadeza y tu valentía. (Acaso esta última condición la heredaste de tu padre: un ingeniero de caminos que dio su propia vida por salvar vidas ajenas; y al que Franco, en agradecimiento, le descubrió un busto conmemorativo).
Mientras ejerciste de enfermera de Sanidad Militar -eras teniente de ese Cuerpo- ¿de la misma promoción que Fabiola de Mora, luego reina de Bélgica?- atendías a los enfermos a tu cargo con tanta perspicacia y dulzura que la mayoría de los que no tuvieron la fortuna de serte asignados, pedían con énfasis que los atendieras tú.
El día de la entrega de despachos a tu promoción hiciste trastabillar (por supuesto que involuntariamente por tu parte), nada menos que al ministro del Ejército, general Barroso. Temblabas. Pero él, acercándose a ti sonriente y coquetón, te dijo: «No se preocupe, señorita; la culpa ha sido mía, por hacer como los girasoles: dar vueltas alrededor del sol».
Te rondaban pretendientes de gran altura social, pero te casaste con el más bajito de todos. (Nuestra boda salió en la tele: en un programa religioso, creo).
Ibamos con frecuencia al Rincón de Pepe. Raimundo, su cabeza visible a la sazón, solía acercarse a nuestra mesa para cambiar impresiones culinarias contigo referentes a los platos más delicados y exquisitos. El día que le dije que trasladábamos nuestra residencia a Madrid, compungido, balbució: «Se va de Murcia una de las personas que mejor cocina de la Región».
Pero, a los pocos años de residir en la capital de España, vi que se resquebrajaba nuestro hogar, porque había entrado en él una adicción tan fuerte y cruel que fue acabando con muchas cosas ¿pero no con todas, Tere! ¿Quién tuvo la culpa? ¿La tuve yo, la tuviste tú, ninguno de los dos, la vida tal vez?
Me consuela pensar que nuestros cuatro hijos han heredado cosas estupendas de su madre. Pero la soledad y la amargura nos invade a los cinco. Cuando se apaga la luz -¿estás tú en esa luz?- de ¿mi? dormitorio y establezco un diálogo anímico con la almohada, veo muchas cosas. ¿Ay, almohada, cuántos sueños de color rosa me traes, pero también cuántos insomnios de color negro!
Actualmente, soy como una ola: voy de aquí para allá, sin rumbo: a merced de los vientos, de las corrientes marinas y de mis recuerdos.
¿Tere!
Lorenzo Andreo es escritor; ganó el premio de novela Ciudad de Águilas.
Miércoles, 21 de abril de 2004
Tere
LORENZO ANDREO/
Una estrella fugaz, cuya estela de colores iluminó espacios que nunca habían visto la luz; un astro alrededor del que giraban muchos planetas; una perla preciosa que acababa de engarzarse en su collar.
Tu extraordinaria belleza, tanto física como espiritual, era evidente. ¿Recuerdas -¿cómo lo vas a recordar ya!- que el diestro Antonio Ordóñez te brindó un toro y que Juan Manuel Couder, campeón de España de tenis, te dedicó un partido?
Además se destacaban en ti tu amor al prójimo, tu delicadeza y tu valentía. (Acaso esta última condición la heredaste de tu padre: un ingeniero de caminos que dio su propia vida por salvar vidas ajenas; y al que Franco, en agradecimiento, le descubrió un busto conmemorativo).
Mientras ejerciste de enfermera de Sanidad Militar -eras teniente de ese Cuerpo- ¿de la misma promoción que Fabiola de Mora, luego reina de Bélgica?- atendías a los enfermos a tu cargo con tanta perspicacia y dulzura que la mayoría de los que no tuvieron la fortuna de serte asignados, pedían con énfasis que los atendieras tú.
El día de la entrega de despachos a tu promoción hiciste trastabillar (por supuesto que involuntariamente por tu parte), nada menos que al ministro del Ejército, general Barroso. Temblabas. Pero él, acercándose a ti sonriente y coquetón, te dijo: «No se preocupe, señorita; la culpa ha sido mía, por hacer como los girasoles: dar vueltas alrededor del sol».
Te rondaban pretendientes de gran altura social, pero te casaste con el más bajito de todos. (Nuestra boda salió en la tele: en un programa religioso, creo).
Ibamos con frecuencia al Rincón de Pepe. Raimundo, su cabeza visible a la sazón, solía acercarse a nuestra mesa para cambiar impresiones culinarias contigo referentes a los platos más delicados y exquisitos. El día que le dije que trasladábamos nuestra residencia a Madrid, compungido, balbució: «Se va de Murcia una de las personas que mejor cocina de la Región».
Pero, a los pocos años de residir en la capital de España, vi que se resquebrajaba nuestro hogar, porque había entrado en él una adicción tan fuerte y cruel que fue acabando con muchas cosas ¿pero no con todas, Tere! ¿Quién tuvo la culpa? ¿La tuve yo, la tuviste tú, ninguno de los dos, la vida tal vez?
Me consuela pensar que nuestros cuatro hijos han heredado cosas estupendas de su madre. Pero la soledad y la amargura nos invade a los cinco. Cuando se apaga la luz -¿estás tú en esa luz?- de ¿mi? dormitorio y establezco un diálogo anímico con la almohada, veo muchas cosas. ¿Ay, almohada, cuántos sueños de color rosa me traes, pero también cuántos insomnios de color negro!
Actualmente, soy como una ola: voy de aquí para allá, sin rumbo: a merced de los vientos, de las corrientes marinas y de mis recuerdos.
¿Tere!
Lorenzo Andreo es escritor; ganó el premio de novela Ciudad de Águilas.
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